Salinas. 25 de julio de 2014. Me tocaba cubrir para el periódico el Festival de la Cerveza que se había organizado en el patio que rodea la biblioteca. Tarde perfecta para tomarse unas cañas y pensar en el fin de semana.
Imaginaros. Viernes. Última foto del día. Iba con bastante prisa, la verdad. Avilés y Comarca no es que sea pequeño, pero tampoco es Madrid. En muchos de los “saraos” a los que nos mandan es fácil coincidir con alguien conocido y, otras veces, con algún colega haciendo eso que llaman vida social. Aquella tarde fue una de esas ocasiones.
En una de las mesas se encontraba Moi, caña en mano, acompañado de Ana, su novia, y unas amigas. Les hice una foto brindando. Ya sabéis. La cosa era ilustrar el festival y me venían de perlas para resolver rápido el tema. Foto horizontal, foto vertical y para redacción. Pero en cuanto iba a despedirme, Moi se adelantó, me cogió por el hombro y me dijo: Sergio, tenemos algo que contarte. De aquí en un año, nos casamos. ¿Sabes quien va a ser el fotógrafo, no?. Alegría y sorpresa por mi parte. ¡Menudo panorama!. Aún me faltaba tiempo para hacerme la idea. Al otro lado del muro, mi novia me esperaba dentro del coche, en doble fila. Yo era de las primeras personas en saber la noticia y no podía decir nada. Fue sentarme y abrocharme el cinturón. No me dio tiempo a arrancar, no sin antes recibir por parte de Ana la pregunta de cortesía: -¿Qué tal esas fotos?. A lo que servidor respondió con un contundente (pero entredientes): -Todo bien-.
Desde aquel día el contacto con ellos fue, inevitablemente, mayor. Me concedieron el honor de ser fiel espectador y colaborador, no solo como amigo, también como profesional, de lo que acontecería meses después hasta el gran día. Ese gran hombre, seguidor incondicional de Los Berrones, sportinguista, de los de raza, y noble, de profesión. Si congenias con él, te aseguras un vínculo para toda la vida; y esa mujer que transmite con su mirada ternura por los cuatro costados, calma e inquietud a la vez, habían confiado en mi. En mi forma de concebir la fotografía. Me dieron total libertad, desde el primer disparo, para plasmar en imágenes lo vivido.
Con sus lágrimas, con sus caricias, con su complicidad, nacieron cada una de las fotografías; el reflejo de aquella Ana radiante frente al espejo de la boutique, que arropada por su madre, se observaba una y otra vez. La mirada del padre del novio en la prueba del traje que llevaría en la boda de su hijo. Los momentos previos al “Si Quiero” en casa de los padres de ella, inundada por el olor a madera de los muebles tallados por su padre. Una sonrisa. El beso de un 15 de agosto.
Hace escasos minutos que acabamos de volver de su casa, de entregarles mi trabajo final. Es curioso. Tanto tiempo de trabajo, de espera, resumido en un arcón de madera. Y es ahora, al guardar todas esas imágenes, cuando no paro de pensar; que rápido pasa el tiempo. Volveremos a brindar.
Un brindis, amigo.
Felicidades por lo que vendrá.