Mis preguntas, mis respuestas

La noche anterior había revisado el equipo tres veces. Una. Dos. ¡Hasta tres veces!. Me preocupé incluso dos días antes de llevar el cuerpo (de la cámara) a limpiar. Y falta le hacía porque, perdonadme por la expresión, no era poca la mierda que tenía. Creo que esa misma noche probé las cuatro tarjetas que iba a llevar al día siguiente, para asegurarme de que no fallase ninguna. Ya sabéis: fotógrafo previsor, vale por ¿dos?.

Día 2 de diciembre de 2015. Puse el despertador del teléfono a las 7:30 de la mañana. Y a las 7:45, por si se me pegaban las sábanas. Hacía que no trabajaba en temas de redacción hace apenas unos ¿4 meses?. Era como si hubiesen sido 4 años. Desde que no estoy en local, es cierto que sigo ejerciendo mi profesión y esto me ha permitido conocerme más a mi mismo. ¿Progresar?. No me puedo quejar. Pero ese 2 de diciembre era especial. Empezaba a colaborar con la gente de la revista Atlántica XXII. ¡Coño!… que confíen en ti, en tú cámara, es de agradecer.

Tenía que estar en Navia a las 10:30 de la mañana. Una ducha rápida, coger la batería que había dejado cargando la noche anterior, el teléfono, la bolsa con la cámara y directo para el coche. Salgo de Avilés y en menos de una hora en Navia. Llegué con tiempo de sobra. Aparqué. Me dí una vuelta. Cinco minutos después ya estaba apoyado en la barra del bar pasando las hojas del periódico mientras esperaba a que me sirviesen un café. Fuera hacía un frío del carajo, pero me daba igual. Como ex fumador que soy desde hace un año, estoy entrenado para hacer frente a las inclemencias del tiempo. Por ello, sigo tomando todo “café cerveza o lo que se tercie” en terraza. Ya puede granizar, nevar o caer la tormenta del siglo, que ahí estoy yo como un campeón, consumición en mano, para disfrutar de los pajaritos y todas esas cosas.

Había dos mesas. Una de ellas ocupada por un hombre que encendía un ducados. Me senté en la que estaba vacía y puse la bolsa de la cámara encima. Me preguntó: ¿es usted el periodista?. ¡No, no!, soy el fotógrafo… y, ¿quién era aquel hombre?. Ahí fue donde me hice esa pregunta que todo fotógrafo de prensa se hace cuando se va a enfrentar con algún tema, guste o no, porque nosotros los fotógrafos, somos muy curiosos. Demasiado curiosos. Siempre nos estamos haciendo preguntas. Da igual que se trate de una rueda de prensa, de un incendio en un tercer piso, de la entrevista a ese que sale por la tele. La pregunta de: “¿con qué nos encontraremos hoy?”. Joder. ¡Cómo lo echaba de menos!.

El hombre, que encendía otro cigarro, es el hijo de uno de los expropiados. Vecino de Navia. Cara visible de los afectados por una obra que, paralizada desde hace un año, lleva más de 14 millones de euros de gasto. Suma y sigue. ¡Ahí es nada!. Y otros, como servidor, repostando en la gasolinera de Cristalería con el propósito de ahorrar unos míseros céntimos. Un proyecto en el que ENCE (“La Papelera”, esa que no para de echar humo y encima, huele a repollo), transportaría en tren desde sus instalaciones la pasta de celulosa hasta Gijón, llevándose por delante parte de nuestro ecosistema.

Llegó Patricia, la redactora. Al terminar el café, nos levantamos para coger el coche y dirigirnos al terreno afectado. Una vez allí, después de recorrer los dos kilómetros de aquel monte destrozado por un capricho humano, entre barro, piedras y los restos de aquel capricho, donde tuve tiempo de reflexionar y dar respuesta a esa pregunta que minutos antes me hacía en la terraza del bar.

Y, ¿con qué nos encontraremos hoy?.

 

Restos de las obras paralizadas del ramal de ENCE. Navia (Asturias) ©Sergio López 2015
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